Reencontrarse con la ciudad
Fotografías de Jose Bravo
Paramos el coche delante de la puerta de casa, bajamos las maletas, subimos por turnos en el ascensor: ¡parece que vengamos de una mudanza! Todavía llevamos arena de la playa en las sandalias, horizontes abiertos en los ojos, recuerdos de largas horas de dolce far niente, el sabor y olor de las cenas al aire libre… Metemos la llave en la cerradura y ahí está nuestra casa, el hogar abandonado. Estamos de nuevo en la ciudad. ¿Cómo nos sentimos? ¿Contentos de estar en casa o agobiados por el fin de las vacaciones? ¿Angustiados por la vuelta a las rutinas o aliviados por el mismo motivo? ¿Aborreciendo ya la ciudad con sus humos y sus prisas, o contentos de tener más tiendas y cines a mano?
La mayoría de nosotros vive en un entorno urbano, ya que se considera como tal cualquier pueblo de más de 2.000 habitantes. Sin embargo, vivir a 500 metros de campos de cultivo no es igual que vivir en un décimo piso con vistas a un interminable montón de cemento con ventanas. El contraste que presento es deliberado porque para mucha gente la ciudad es lo opuesto a la naturaleza y es, por lo tanto, el paradigma de todo lo malo que tiene la civilización. Y aunque tan fruto de la civilización es lo rural como lo urbano, la mala fama se la llevan las ciudades. Pese a su oferta lúdica, cultural y laboral, la ciudad se asocia también a alienación, soledad, baja calidad de vida, ruido, prisa, contaminación, segregación y exclusión social. Por eso los fines de semana, puentes y vacaciones, las vías de salida de las ciudades se colapsan de urbanitas huyendo hacia espacios más abiertos.
Quizá para ti la ciudad sea un escenario querido, un verdadero hogar. Pero si es para ti un mal necesario que te imponen las circunstancias, te invito a mirarla con otros ojos: la ciudad es el crisol de las principales transformaciones que han configurado nuestro mundo, la ciudad es punto de encuentro de lo diverso, lugar de intercambio, escenario en el que nace el concepto de ciudadano. Si escarbamos un poco, descubriremos que la ciudad no es una fría corteza sobre el suelo jalonada de edificios, sino que alberga mucha historia en cada piedra. Incluso las ciudades dormitorio prefabricadas de anteayer tienen mucho que contar. Son historias de vida, de comercio, de industria, de reinvidicaciones vecinales, de luchas, de sueños, de guerras, de esperanza… las que dan sentido a las ciudades y explican cómo son. Es también esa consciencia la que nos llevará a saber qué queremos que sean mañana.
Por eso, cuando volviendo de vacaciones – quizá en entornos rurales, quizá en otras ciudades que idealizamos como turistas fugaces – nos veamos nuevamente las caras con nuestro pedacito de ciudad, abramos los ojos a lo invisible. Una nueva ciudad se abrirá ante nosotros.
Interesante reflexión…. Todos los lugares tienen mucho que aportarnos, todo depende de cómo estemos y cómo los miremos, todo depende de nuestra percepción…Aunque a mí personalmente sentirme en conexión con la naturaleza me da una paz que no me la da el asfalto, pero lo bonito es disfrutar de cada lugar, de cada momento :))
La mirada de José Bravo fantástica, como siempre!!
Muy buenas las reflexiones del post. A mi me encanta salir a dar paseos al campo o a la montaña, ir al pueblo o a la playa, pero es cierto que la ciudad también nos puede aportar cosas. Las fotos de José Bravo, son chulísimas!!!
Me ha gustado mucho el post, ya que habla también de lo que yo siento cuando llego a mi mundo, al de siempre; y es verdad, tienes sentimientos encontrados: cierta angustia por reencontrarte con la rutina, pero cierto alivio de ya estar en tu casa. Yo, soy urbanita, lo reconozco; aunque me encanta la naturaleza, la necesito en pequeñas dosis; quizás ese sea el equilibrio: pequeñas dosis, de ciudad y de campo. Preciosas fotos….
Saludos!
Gracias por vuestros comentarios, chicas, me ha encantado leer vuestras reflexiones. Un abrazo. Cris