
Fotos de Humans of New York
Hace poco oí esta frase, y no era de boca de una adolescente preocupada por decidir qué modalidad de bachillerato escoger, por qué carrera universitaria apostar, qué ciclo formativo iniciar… Era una mujer de 37 años, con dos hijos, una carrera universitaria y que había gozado durante un tiempo de un sueldo relativamente bueno y unas ciertas expectativas de éxito profesional – infundadas o no, pero muy interiorizadas.
La crisis económica ha ayudado a crear esta situación. La dificultad para compaginar maternidad y profesión, también. Pero no han sido esas las causas profundas de la desorientación actual de esta mujer, que coincide con la de muchas otras personas. “Estoy en mi plenitud y ¿a dónde he llegado, qué he conseguido, hacia dónde quiero ir?”. En su caso, no perdió su trabajo sino que decidió dejarlo porque ya no entendía qué hacía cada día en aquella oficina. Pero el sentimiento de cierto fracaso personal combinado con el deseo de encontrar una meta es compartido por muchas otras personas; algunos son hombres, pero en su mayor parte se trata de mujeres – con o sin hijos, con empleo o sin él, con pareja o sin ella, con estudios superiores o sin ellos – que se replantean sus opciones en la vida.
Desde las páginas de economía – ¡y también desde las de tendencias! – la prensa nos bombardea con la idea de que el trabajo para toda la vida no existe, que no solo cambiaremos de empleo periódicamente sino que tendremos que reorientar nuestra carrera profesional varias veces, que nunca podremos parar de estudiar y formarnos, y que reinventarnos va a ser la única constante de nuestras vidas. Muchas ya lo sabíamos, o lo sospechábamos, antes de leerlo en la prensa, y nos preguntamos también si la insatisfacción va a ser permanente.
¿Cuales son las causas de esta situación? Podría deberse a una mala orientación del sistema educativo, o a una expectativas poco realistas (la generación de nuestros padres, partiendo de la nada, llegó mucho más lejos de lo que habrían soñado, y esperábamos poder hacer eso y más). A lo mejor es un fracaso de la organización del mercado del trabajo, obsoleto para los cambios sociales que hemos experimentado. Quizá tenemos demasiado miedo a perder y nos cuesta aceptar la derrota como una oportunidad para aprender. Puede ser que las habilidades, intereses y deseos de muchas personas no tengan traducción en un mercado laboral limitado, en una sociedad que valora a las personas únicamente por su capacidad de transformar sus saberes en dinero contante y sonante. “Lo que yo sé, lo que yo soy, lo que yo puedo ofrecer… no vale dinero”.
Muchas personas en esta situación se han orientado hacia el voluntariado o hacia los pequeños trabajos creativos y autónomos que pueden reportar mayor satisfacción (aunque, normalmente, muy poco dinero). A veces me sorprendo al comprobar todo el talento, energía y sabiduría que se mueve por circuitos ocultos, subterráneos, marginales.
¿Es esto un fracaso personal o un fracaso social? Mi opinión personal es que se trata de un fracaso colectivo, pero no es inevitable que se convierta en un fracaso personal. Ser parte de la “gente del margen” tiene sus inconvenientes – como también los tiene navegar por la “corriente principal” – pero también algunas ventajas y oportunidades. No nos queda otra que seguir buscando nuestro lugar en el mundo.








